En Casa Khuyana creemos que hablar del duelo, además de ser necesario, es una forma de cuidar. Acompañar a un hijo en su proceso final de vida es una experiencia que nunca se espera, que mezcla tristeza con amor y que trae muchas preguntas. “La calma no siempre llega sola; a veces hay que construirla, y eso es un trabajo de mucho coraje y valentía”, planteó Blanca La Torre, tanatóloga, coach y acompañante emocional en procesos de enfermedad y pérdida. No existe una fórmula mágica: cada persona necesita reconocer su historia, y ello siempre es mejor con una red de cuidado y contención.
En esos momentos, se pone en primer plano lo que la especialista llama “microduelos”. Según explicó en la edición de julio del ciclo de Instagram Lives “Conversando desde el Amor”, se trata de esas pequeñas pérdidas que se suman al duelo principal y que, aunque puedan parecer menores, tienen un gran impacto emocional. “En la enfermedad o en la pérdida, no solo despedimos a la persona; también perdemos rutinas, roles y hasta una imagen de nosotros mismos. Son pérdidas que no siempre vemos al principio, pero que, si no las reconocemos, pueden generar angustia o tristeza sin que sepamos por qué”, analizó.
En esos momentos, es de suma importancia intentar comunicar emociones y sensaciones. La comunicación es, de hecho, clave en el momento previo a la despedida, cuando las familias reciben la información sobre la inminencia de la muerte. Es fundamental transmitir las noticias difíciles con claridad, respeto y empatía, especialmente cuando se trata de niños. “No subestimemos su capacidad de comprender. Ellos, muchas veces, son más claros y sabios que los adultos, porque no cargan con tantos prejuicios”, señaló La Torre, en diálogo con Mónica Pfeiffer, fundadora y directora de nuestro hospice pediátrico.
Acompañar el duelo con compasión no borra el dolor, sin embargo, sí lo hace más llevadero. Compartir la vulnerabilidad, permitir que otros sostengan parte de nuestro peso y recibir el amor que se nos ofrece puede marcar una gran diferencia. “No hay mejor muestra de amor que compartir también el dolor. Es como pegar el corazón roto no solo con nuestro amor, sino con el que recibimos de los demás”, afirmó.
¿Cómo hacerlo? Es un camino de aprendizaje compartido, en el que la palabra y el amor pueden servir de guía. “Cuando te pido que me escuches, no necesito consejos, sino tu presencia”, planteó Blanca. Escuchar, respetar y abrazar el proceso del otro es una de las formas más necesarias y bellas de acompañar.